27.1.11

2.- Festina.


Un fuerte estruendo lo despertó. Lentamente abrió los ojos y sintió como su cerebro luchaba con las paredes del cráneo por salir.

Estiró su mano derecha y comenzó a tantear la mesa de noche para encontrar su viejo Festina. Era un regalo de su madre, lo único que atesoraba de su perdida infancia. En la búsqueda, un vaso y un cenicero lleno de cigarrillos consumidos cayeron al piso. Donde se reunían con ropa interior sin lavar y otras colillas y envases vacíos.

-Esto no puede seguir así - se dijo una vez más, pero recordando amargamente cuantas veces escuchó de su boca aquella frase una mañana de domingo.

Movió las tapas de su cama, y caminó descalzo por la habitación a oscuras. Se acercó hacia donde intuía que se encontraba la ventana, deslizó la cortina, que con un chirrido agudo se movió hacia la izquierda. De pronto, la luz de sol ingresó con fuerza. Eran las 15 horas. Eso decía el Festina.

Al voltear la cabeza, pudo ver el asco en el que se había transformado su habitación. Una imagen a escala de lo que él había hecho con su vida. Humo, muchas porquerías y nada realmente importante que conservar. Claro, excepto el Festina y un par de libros.

Caminó hacia el baño, y se percató de que aún existía un espejo, donde sólo un poco de sol le permitió mirarse en él. Se sorprendió al ver que bajo sus ojos, hoy había una sombra y en su pelo una cana. Una puta y jodida cana. La barba crecía libre y salvaje como la selva en las montañas del Perú. Necesitaba afeitarse.

En su mente, siempre sintió que necesitaba estar presentable para algo. Algo que no sabía explicar. Una situación o un personaje importante con el cuál algún día se cruzaría y no quería ahuyentar con una apariencia desaseada. La verdad es que hacía ya dos semanas que no salía de aquel viejo piso y no se interesaba por ver a nadie. Claro, nadie se interesó en verlo tampoco. Lo mismo daba.

Es domingo y todo está cerrado. Tampoco puede pagar la cuenta de la luz, ni tampoco comida. Cigarrillos. Eso no puede faltar.

Tomó el abrigo y cerró la puerta tras de sí.

Al volver, notó que las escaleras hacían mucho ruido y había un par que debería cambiar. Abrió la puerta de casa, dejó el abrigo sobre un alto de revistas y se dejó caer en el descocido sofá. Encendió un cigarrillo y acercó una botella llena de agua.

-Que mal huele aquí- dijo arrugando un poco la cara e incorporándose para abrir la ventana ya rota.

Al volver al sofá, recordó mentalmente las cosas que debía hacer durante el día. Limpiar el puto piso del salón, limpiar y recoger toda la mierda de la habitación, lavar los platos y deshacerse de la loza que ya no servía, botar las toneladas de basura que de seguro recolectaría y planificar el día lunes. Claro, luego de semanas en aislamiento autoimpuesto, era necesario pensar en como afrontar un nuevo lunes. Aún quedaban cosas por hacer. Ir a retirar dinero del banco, aún quedaba un poco de la herencia dejada por su madre. Debía pagar la luz, comprar una ventana para el vidrio del salón y quizás algún juguete nuevo.

Al apagar el cuarto cigarrillo, notó que el sol se había retirado y la noche cubría nuevamente con su manto el edificio. Se levantó y comenzó a limpiar el lugar a la luz de las velas.

Era como si esperara a alguien. A alguien que nunca llegaría. En realidad, era una forma de engañarse. De creer que ese domingo, sería un nuevo comienzo. Una nueva oportunidad.


Sota.-

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